martes, 27 de julio de 2010

Tape (Richard Linklater, 2001)



Inspirada en la obra teatral de Stephen Belber (cuya adapatación rioplatense estuvo en cartel en el Teatro Circular, unos meses atrás), Tape es la historia de dos viejos amigos que se juntan en una minúscula habitación de hotel para revivir viejos tiempos. Fiel a la marca de films intimistas, la película irá revelando sus garras en la medida que la atmósfera nostálgica y cordial que uno podría pensar (y que se percibe a los comienzos del film) se va desmoronando, hasta el punto de colisionar, como si fuesen dos trenes contrapuestos en un mismo raíl, las existencias de sus protagonistas.

El presente de los dos amigos no puede ser más opuesto: John (Robert Sean Leonard) es un emergente director de cine (esta por recibir un importante premio en la ciudad que se está hospedando), siempre políticamente correcto y con cierto aire autosuficiente que raya en lo pedante; la vida de Vince (Ethan Hawke) es más incierta: trabaja como aprendiz de bombero y no tardamos de descubrir cierta dependencia a las drogas que se convierte en una especie de cocktail molotov cuando la combina con su inestabilidad emocional –por más que aparente ser un personaje sin rumbo, no podría asemejarse, en ningún registro, a los bellos perdedores de Slacker (ópera prima de Linklater)-. Más allá de este terreno de conflicto, la contienda se va a librar, no en el presente, ni siquiera en la misma habitación, sino en el pasado, el pasado sometido a revisiones, entrecomillados, disecciones y reescrituras.

El presente es fugaz y el futuro incierto, es el pasado sobre lo único que se puede actuar.

Es en este punto donde entra un tercero, Amy (Uma Thurman), el último engranaje que va a mantener en movimiento esa máquina que por momentos no parece conducir a otro lugar más que a su misma autodestrucción.

Richard Linklater tuvo un meteórico ascenso a la fama (por lo menos dentro de ciertos círculos) con su film Antes de amanecer (1995). En el mismo, además del papel protagónico de Ethan Hawke, hay varios elementos que se van a poder percibir en Tape: la absoluta confianza en un libreto que permite a los actores introducir pequeñas improvisaciones que se asientan en un particular naturalismo concentrado en sus conversaciones; encuentros y desencuentros de personajes mediados por los relatos de un pasado que es desconocido (o parcialmente conocido) por el espectador y ambos personajes; los ínfimos detalles concentrados en ocurrencias o referencias culturales que se amplifican y redimensionan a lo largo que se desarrolla el film. Sin embargo, en un punto específico, técnico, se encuentra la sustancial diferencia que hará a Tape casi el reverso de Antes del amanecer. Mientras que la segunda sigue a dos personajes desconocidos entre sí, en una alternancia entre primeros planos y planos generales que alternan entre la belleza de sus protagonistas y la de la ciudad que ninguno de los dos conoce, en Tape la proximidad nerviosa de la cámara al hombro alterna entre los rostros de los personajes, manteniéndose en primeros planos que generan una sensación de asfixia muy particular, como si el ya de por sí chico espacio de la habitación se redujera, como en un juego de matrioshkas sucesivas, en una agobiante cárcel cuyos barrotes no son otros que los rostros de sus protagonistas. La comparación entre habitación de hotel y cárcel se hace evidente y hace recordar a no otra obra que A puertas cerradas, de Jean Paul Sartre. La única diferencia, es que, más que estar en el infierno, los tres protagonistas se hallan en el purgatorio de un recuerdo compartido, en el que nunca se sabe a quién se le conferirá el papel de juez, jurado o ejecutor. Quizás es justamente sobre nosotros sobre quienes recae tal particular responsabilidad, siendo esta una de las razones de lo extenuante física, ética y emocionalmente que resulta la película. Es en este ambiente irreal, donde el rostro en su sobreexposición deja de encarnar la clásica metáfora de “ventana del alma” y se vuelve algo ominoso, persistente, como si más que un rostro, algo humano, señalara un límite que se va haciendo cada vez más presente.
Uno termina de ver Tape y se siente extenuado, como si hubiese sido secuestrado en la misma habitación de hotel que se encuentran los protagonistas. De tanto ver los rostros de Hawke, de Thurman y de Leonard, uno necesita volver al botiquín del baño y ver en el espejo de que uno sigue siendo el mismo

2 comentarios:

  1. que buen ciclo agustín
    voy a ir
    nos vemos!!!

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  2. jaja, tal cual; me perdí la adaptación montevideana de Tape. Muy buena tu reseña de El hombre de al lado en La diaria, no podría estar más de acuerdo respecto al cortometraje aludido. Recuerdo que cuando lo vi me dio la impresión de que constantemente la parte triste y fea es más fácil de contar en cuanto que la amorosa y linda se arruina fácil. Tus comentarios dan ganas de estudiar cine, loco! Sigue el ciclo? Hay otro?

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